Para muchos, el término “palacio” nos identifica a una infraestructura majestuosa y de gran envergadura, símbolo histórico, político y monárquico de una ciudad, país o cultura determinada. El palacio sería el centro radiador donde se concentraría la actividad económica, social y la corte. En este artículo no les hablaré de ese tipo de palacios, sino de otros menos grandilocuentes y que la mayoría de las veces no salen en las guías turísticas o en las agendas mediáticas y políticas. Hablo de los “palacios del pueblo”.
Para el sociólogo norteamericano Eric Klinenberg los “palacios del pueblo” son infraestructuras sociales donde la gente se puede reunir, convivir y establecer vínculos de comunidad. A diferencia de las meras infraestructuras de ingeniería material o física, estas infraestructuras sociales vienen ligadas a los entornos comunes donde las personas generamos vínculos y afectos, y donde construimos pueblo. Una biblioteca pública, los centros educativos, las plazas, los parques, los clubes deportivos o las asociaciones vecinales pueden ser considerados “palacios del pueblo”.
Si hacemos una exploración para identificar cuáles pueden ser los “palacios del pueblo” de Arrecife, podríamos encontrarnos que cada vez existen menos, pero existen. En una serie de artículos desarrollaré lo que para mi entender son los “palacios del pueblo” que aún mantenemos en nuestra capital, verdaderas joyas que debemos cuidar y poner en valor. Hoy me detendré en los Centros Socioculturales.
Nuestros teleclubs fueron creados en la etapa franquista para atender las necesidades de los entornos rurales de la isla, necesitados sus vecinos de un espacio común para el ocio y la cultura y en un intento de desinhibirse de las duras jornadas laborales que padecían. En muchos casos, los teleclubs eran los únicos espacios que tenían televisión, generando una verdadera atracción pública entre los juegos de cartas, los cantes y la comida tradicional. Estos se habían construido con las manos de los propios vecinos, lo cual daba un valor identificativo mayor a cualquier otro espacio público puesto que eran considerados una propiedad de todos y para todos. Una propiedad común.
A lo largo de los años y entrados en la democracia los teleclubs fueron derivando en los actuales Centros Socioculturales. Mucho más sofisticados y equipados, estas infraestructuras se dotaron de espacios de restauración en régimen de alquiler donde las asociaciones vecinales, que mantienen la titularidad junto a los Ayuntamientos, sortean la explotación del bar a un tercero mientras que los beneficios que se generan se invierten en actividades culturales, ocio y recursos para el centro y para el pueblo. Todos y todas hemos vivido alguna vez un bautizo o comunión en algún teleclub con sus grandes salones y escenarios.
Diríamos, pues, que los Centros Socioculturales fueron la gran joya cultural de la sociedad lanzaroteña. Si llegabas a cualquier pueblo de la isla sabías que la actividad, la conversación pública y la comida estaban en el teleclub y sólo debías encontrarlo. Esto representa una verdadera infraestructura social. Me atrevería a decir que no ha habido ninguna otra infraestructura pública y popular que haya hecho tanto por la construcción de la identidad lanzaroteña como los Centros Socioculturales.
En cada barrio de Arrecife tenemos un Centro Sociocultural. Yo misma pasé mi infancia ligada al Centro Sociocultural de Maneje haciendo playblack, participando en las actividades extraescolares o en las fiestas del barrio. También, junto a mis amigas y amigos, visitábamos los distintos barrios de Arrecife conectando los Centros Socioculturales de Argana, San Francisco Javier, Valterra o Altavista. Cada uno de estos “palacios del pueblo” era nuestro refugio en las lluvias o en los calores, nuestra ludoteca, nuestra biblioteca, nuestra cancha deportiva o nuestra guía cultural puesto que con el paso de los años se fueron incorporando vecinos de otras nacionalidades que nos hacían viajar desde el barrio a otros países y culturas.
Hoy, desgraciadamente, los Centros Socioculturales han perdido su luz. Y no porque en la mayoría de los casos sus ventanas y puertas permanezcan cerradas, sino porque no existe pueblo que los habite. Cada día vemos menos actividad en su interior porque cada día vemos menos gente en sus alrededores, en la calle, en los parques o en las canchas. Los lazos afectivos comunitarios que construían el pueblo arrecifeño se han sustituido por un individualismo o familiarismo que se concentra en las casas particulares, en los coches privados, o en las actividades espontáneas de ida y vuelta que no requieren de interacción entre sí, sino más bien concentración multitudinaria que lo que te genera es una sensación de querer escapar.
Tengo la percepción de que esta progresiva pérdida de la identidad arrecifeña tiene mucho que ver con la pérdida de espacios comunes urbanos y públicos que inviten a conocernos, a convivir, a disfrutar. Nos están expulsando de la ciudad haciéndonos creer que ésta es un espacio exclusivamente para el disfrute individual mientras lo colectivo está en los conciertos del Reducto o en los macro festivales. No. El espacio colectivo debe ser en su integridad la misma ciudad, lo urbano que es habitado y debe estar en cada rincón de Arrecife, tanto en la avenida marítima como en la calle Tajaraste, Iguazú o Cáceres.
Espacios públicos, infraestructuras sociales o “palacios del pueblo” que vuelvan a reconectarnos entre nosotros. Que generen confianza comunitaria y que nos permitan recuperar nuestra fuerza como pueblo. Una fuerza que antes teníamos para reivindicar los límites de nuestra isla; que teníamos para decir que la corrupción pública no tenía cabida en nuestra ciudad; para reivindicar mejores servicios sanitarios y educativos.
En definitiva, recuperar los Centro Socioculturales de los barrios es recuperar no sólo edificios públicos, sino la identidad arrecifeña y la calle. Recuperemos nuestros propios palacios para recuperar Arrecife.
Sheila Guillén Duarte es portavoz del Comité Local de Nueva Canarias-Bloque Canarista en Arrecife.