Desde este fin de semana buena parte de la atención mediática va a estar centrada en el Mundial de Fútbol masculino que acaba de comenzar en Qatar. Un mundial que está rodeado de circunstancias completamente atípicas. Por desarrollarse el evento entre los meses de noviembre y diciembre, frente a su tradicional celebración en verano, alterando los calendarios de las principales ligas. Por hacerlo en un país con escasa tradición futbolera. Por las condiciones de explotación laboral y la elevada e inaceptable siniestralidad y mortalidad en la construcción de los estadios que albergarán la competición. Y, sobre todo, por llevarse a cabo en un estado que incumple flagrantemente los derechos humanos, como la falta de libertades y la discriminación de las mujeres. Aunque es verdad que la anterior edición tuvo como sede a Rusia, que tampoco anda muy sobrada en este asunto. O que la del 78 fue en la Argentina de Videla, la de las desapariciones, torturas y asesinatos, rememorada estos días con Argentina, 1985, película protagonizada por Ricardo Darín, que refleja los juicios contra los sangrientos cabecillas de la Junta Militar y que recomiendo.
Estas semanas de intensa presencia del fútbol los problemas van a continuar en el mundo. Con la guerra en Ucrania que se encamina a cumplir su primer año tras la invasión rusa del pasado febrero. Con los costes de la energía y la elevada inflación que castiga a la ciudadanía, a las empresas y a las administraciones públicas. Con las persistentes dificultades en muchos lugares del planeta para el acceso a la alimentación, a la educación, a la sanidad o a una vivienda digna. Con la necesidad de ofrecer respuestas a una población global que asciende ya a 8.000 millones de personas. Con la Crisis Climática que pone en riesgo nuestra propia existencia y que estos días está siendo abordada en Egipto en una nueva Conferencia sobre el Cambio Climático que, con toda seguridad, no arrancará los compromisos urgentes que requiere tan crítica situación.
5.000 millones
Pero creo que quedan pocas dudas de que, hasta el 18 de diciembre, fecha en que tendrá lugar la final del Mundial, el fútbol acaparará las próximas semanas las portadas de los medios de comunicación y los comentarios de una buena parte de los ciudadanos y las ciudadanas. Gianni Infantino, presidente de la FIFA, ha señalado que espera que Qatar 2022 sea visto por 5.000 millones de personas en todo el mundo; superando claramente los 3.500 millones de audiencia televisiva que tuvo el anterior mundial de Rusia, cuya final entre Francia y Croacia fue seguida por más de 500 millones. Las marcas comerciales que patrocinan el evento también esperan ese incremento y que ninguna polémica estropee sus negocios.
Los extraordinarios estadios, en los que Messi, Ronaldo, De Bruyne, Mbappé, Modric, Benzema, Courtois, Kane, Neymar o Pedri tratarán de mostrar su enorme clase futbolística e intentarán llevar a sus selecciones a lo más alto, son auténticas joyas arquitectónicas que llevan la firma de destacados arquitectos, entre ellos Norman Foster. Pero las condiciones en que se ha realizado su construcción no han sido precisamente modélicas. Se contrataron decenas de miles de trabajadores migrantes procedentes de países como india, Nepal, Kenia, Bangladesh, Nepal, Sri Lanka o Pakistán. Personas que trabajaron en condiciones de explotación laboral y semi esclavitud; según algunas fuentes en torno a 6.500 perdieron la vida al realizar sus tareas con temperaturas extremas de hasta 50 grados y con mínimas condiciones de seguridad.
Denuncias y silencio
Pese a la enorme dimensión de este asunto, pese a la intolerable pérdida de vidas humanas, la marginación de las mujeres o la represión brutal hacia las personas homosexuales que se produce cotidianamente en Catar, ha sido muy escasa la reacción de los gobiernos, de las federaciones internacionales y estatales de fútbol y de las propias selecciones y seleccionados, y de la mayoría de los medios de comunicación. Algunos entrenadores han denunciado la elección de Qatar, como Jorge Sampaoli, Jürgen Klopp o el osasunista Jagoba Arrasate. También destacados futbolistas como Christian Eriksen, Toni Kroos, Bruno Fernandes, Héctor Bellerín o el ya retirado Philipp Lahm. Los hinchas de algunos clubes, especialmente en Alemania, también se han mostrado contrarios a este Mundial. Hasta la ceremonia de apertura ha sido objeto de polémica, con la renuncia por “razones morales” del cantante británico Rod Stewart. Tampoco estará, por similares argumentos, la cantante y actriz Dua Lipa. Rechazando ofertas económicas mareantes.
Pero la realidad es que respecto al Mundial de Qatar ha habido muchos más silencios que pronunciamientos desde la designación de la sede ahora hace doce años. Y que han sido más los cuestionamientos por las fechas, que interrumpen las distintas competiciones nacionales, que por los asuntos de orden ético. La FIFA cuando eligió Qatar como sede estaba perfectamente informada de que se trataba de un estado que discrimina gravemente a las mujeres, persigue a los homosexuales y no cumple con los mínimos parámetros democráticos y de respeto a los derechos humanos, pese al blanqueamiento impresentable que han realizado en distintas declaraciones algunos futbolistas y entrenadores de prestigio. Pero, en todo momento, prevaleció el dinero y su poder.
Ángel Cappa –con quien he coincidido en varias ocasiones, entre ellas hace unos años en la presentación de un libro de un amigo común– se hace una serie de preguntas sobre este mundial en un artículo publicado por la revista de la Universidad de México: ”¿Por qué un país sin tradición futbolera, que se distingue por violar los derechos humanos y laborales, que oprime descaradamente a las mujeres, que no respeta a los homosexuales y que comete una fechoría tras otra en perjuicio de los más débiles, es elegido por la FIFA para organizar el Mundial 2022? ¿Tal vez sea por su poderío económico, sus reservas petroleras, sus relaciones comerciales con los países dominantes?”. Recordando, a continuación, el papel que han tenido los sobornos a la hora de su elección.
Conozco algunas personas amantes del fútbol que han decidido como señal de protesta no ver los partidos de este Mundial. Me parece completamente respetable. Algunas organizaciones incluso han planteado abiertamente un boicot al evento, calificándolo como el Mundial de la vergüenza. Cappa se desmarca en este asunto al señalar que, a pesar de condicionantes tan negativos, “los que amamos el fútbol esperamos ansiosos que empiece el juego (…) El Mundial se jugará de todos modos. Entonces, sin dejar de denunciar los atropellos de las autoridades cataríes y de la FIFA, nos preparamos para ver los partidos con entusiasmo. Es la única manera de disfrutar “la absurda alegría” del fútbol”.
Un evento en el que el fútbol canario contará con dos representantes en La Roja, Pedri González y Yeremi Pino, siguiendo la estela mundialista en este siglo de Juan Carlos Valerón, Pedro Rodríguez y David Silva. Un Mundial que no debió celebrarse en Catar y que obliga a reflexionar sobre el papel del deporte profesional y su sumisión a los intereses económicos de unos pocos, así como la irrelevancia que se le ha dado, en esta y otras ocasiones, a la ausencia de libertades y a la falta de respeto a los más elementales derechos humanos. Todo lo cual tampoco debe sorprendernos porque hace ya tiempo que el fútbol de élite es un negocio puro y duro, necesitado de cifras multimillonarias para sostener fichajes y deudas delirantes, que trata de ocultarse tras su popularidad, pero sus dirigentes debieran considerar que esta puede irse perdiendo por falta de sintonía social y distintas preferencias de las generaciones nuevas.
Estamos, por tanto, ante un caso evidente de doble moral y de cinismo. Un escándalo Mundial.